Vanessa Izaguirre
Tradicionalmente el hombre ha dominado el mundo. Desde la antigüedad, las mujeres han quedad relegadas a un segundo plano, a un rol subordinado al hombre, llámese padre, hermano o esposo. Si bien el movimiento feminista, por medio de luchas incansables a partir de finales del siglo XVIII, ha logrado superar muchas de las injusticias que se cometían contra la mujer, también es cierto que aun en la actualidad existe una discriminación de géneros, en mucha menor medida, pero existe.
Parece increíble pensar que en el pasado las mujeres prácticamente no existían para la sociedad, no tenían derecho a opinar, a votar o incluso a aprender. En todos los períodos históricos la mujer era considerada un accesorio, un adoro, tal como una cortina o un florero. Cuando la mujer comienza a darse cuenta de la opresión que sufría, es cuando empieza a criticarse el machismo y se gesta una serie de cambios que le dan a la mujer mucha más participación en la sociedad como el derecho al voto, a la propiedad o al trabajo.
Sin embargo, los logros del movimiento feminista no han terminado, el camino por recorrer es largo, pues, a pesar de la inclusión y de la cantidad de leyes que existen para consagrar nuestros derechos, en ninguna sociedad existe un salario paritario entre hombres y mujeres, por ejemplo. Tampoco se ha eliminado violencia conyugal, ni se ha logrado que se tome en cuenta el trabajo en el hogar o que las mujeres ocupen más cargos de poder. Las féminas, de una u otra forma, siguen subordinadas al varón, a causa de la estructura patriarcal dominante en la que muchos hombres y todavía más mujeres contribuyen a mantener.
Aunque la palabra machismo ha comenzado a ser mal vista por la sociedad en general, lo cierto es que el patriarcado permanece y se sostiene férreamente, manifestándose hasta en el más mínimo detalle, pues influye marcadamente e incluso condiciona el comportamiento de las personas. Y es que cuántas veces no hemos escuchado comentarios como: “A esa la ascendieron porque se acostó con el jefe” o “Tu única meta debe ser formar un hogar, esa es la realización máxima de la mujer”. O cuántas veces no hemos presenciado conductas discriminatorias contra la mujer, como el hecho de no darle un puesto de trabajo por el simple hecho de estar embarazada. Casos lamentablemente bastante cotidianos y que marcan la vida de toda mujer.
Es por ello que, en la actualidad, cuando las mujeres tenemos mucha mayor capacidad de acción, creo que es el momento de generar cambios que nos favorezcan, pues no se trata de decirse feminista de la boca para afuera o de sentirse superior a los hombres. Se trata de gozar de una igualdad de oportunidades y de trato, que la teoría se lleve a la práctica. Pues es un hecho que las mujeres son tan capaces y merecedoras como el hombre de asumir el compromiso que se propongan. Lo ideal sería aceptarse y convivir en las diferencias, pero sin que estas condicionen o impidan el crecimiento de la mujer como persona o como profesional.
(4o semestre - Taller de Redacción II - 2008-1)
Tradicionalmente el hombre ha dominado el mundo. Desde la antigüedad, las mujeres han quedad relegadas a un segundo plano, a un rol subordinado al hombre, llámese padre, hermano o esposo. Si bien el movimiento feminista, por medio de luchas incansables a partir de finales del siglo XVIII, ha logrado superar muchas de las injusticias que se cometían contra la mujer, también es cierto que aun en la actualidad existe una discriminación de géneros, en mucha menor medida, pero existe.
Parece increíble pensar que en el pasado las mujeres prácticamente no existían para la sociedad, no tenían derecho a opinar, a votar o incluso a aprender. En todos los períodos históricos la mujer era considerada un accesorio, un adoro, tal como una cortina o un florero. Cuando la mujer comienza a darse cuenta de la opresión que sufría, es cuando empieza a criticarse el machismo y se gesta una serie de cambios que le dan a la mujer mucha más participación en la sociedad como el derecho al voto, a la propiedad o al trabajo.
Sin embargo, los logros del movimiento feminista no han terminado, el camino por recorrer es largo, pues, a pesar de la inclusión y de la cantidad de leyes que existen para consagrar nuestros derechos, en ninguna sociedad existe un salario paritario entre hombres y mujeres, por ejemplo. Tampoco se ha eliminado violencia conyugal, ni se ha logrado que se tome en cuenta el trabajo en el hogar o que las mujeres ocupen más cargos de poder. Las féminas, de una u otra forma, siguen subordinadas al varón, a causa de la estructura patriarcal dominante en la que muchos hombres y todavía más mujeres contribuyen a mantener.
Aunque la palabra machismo ha comenzado a ser mal vista por la sociedad en general, lo cierto es que el patriarcado permanece y se sostiene férreamente, manifestándose hasta en el más mínimo detalle, pues influye marcadamente e incluso condiciona el comportamiento de las personas. Y es que cuántas veces no hemos escuchado comentarios como: “A esa la ascendieron porque se acostó con el jefe” o “Tu única meta debe ser formar un hogar, esa es la realización máxima de la mujer”. O cuántas veces no hemos presenciado conductas discriminatorias contra la mujer, como el hecho de no darle un puesto de trabajo por el simple hecho de estar embarazada. Casos lamentablemente bastante cotidianos y que marcan la vida de toda mujer.
Es por ello que, en la actualidad, cuando las mujeres tenemos mucha mayor capacidad de acción, creo que es el momento de generar cambios que nos favorezcan, pues no se trata de decirse feminista de la boca para afuera o de sentirse superior a los hombres. Se trata de gozar de una igualdad de oportunidades y de trato, que la teoría se lleve a la práctica. Pues es un hecho que las mujeres son tan capaces y merecedoras como el hombre de asumir el compromiso que se propongan. Lo ideal sería aceptarse y convivir en las diferencias, pero sin que estas condicionen o impidan el crecimiento de la mujer como persona o como profesional.
(4o semestre - Taller de Redacción II - 2008-1)
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