martes, 8 de julio de 2008

Decisiones apresuradas

Vanessa Hernández

Son las nueve de la noche y un cuerpo esquelético, escasamente tapado por una tela negra, que parece ser un vestido, se mueve lentamente por la Avenida Libertador. La pelirroja, propietaria del cuerpo, lleva un buen rato esperando por un cliente, lo necesita. En su casa hay dos niños que alimentar y el dinero no alcanza ni siquiera para un refresco. Nadie la puede ayudar, el esposo brilla por su ausencia y la familia no quiere saber de ella. Pertenece al “oficio más antiguo del mundo” desde hace un año, cuando una vecina le recomendó que se dedicara a esta fácil profesión. Llega el cliente. La pelirroja sube al carro, esa noche no llega a su casa. Su cuerpo aparece flotando en el Rió Guaire.

La historia de esta pelirroja puede ser la de cualquier otra mujer (incluso la de cualquier hombre) que, por distintas circunstancias, acaban en ese mundo. Le podemos quitar o añadir otro detalle, pero la idea que subyace siempre va a ser la misma: La venta del sexo es un negocio peligroso.

La Ley Orgánica Procesal Penal, en su articulo 381, indica: “Todo individuo que, fuera de los casos indicados en los artículos precedentes, haya ultrajado el pudor o las buenas costumbres por actos cometidos en un lugar público o expuesto a la vista del público, será castigado con prisión de tres a quince meses. El que reiteradamente o con fines de lucro o para satisfacer las pasiones de otro, induzca, facilite o favorezca la prostitución o corrupción de alguna persona, será castigado con prisión de uno a seis años…” No vamos a analizar un articulo que no puede ser más explicito, pero si debemos señalar que si está plasmado en nuestras leyes por algo debería cumplirse (aunque no se haga)

Si entendemos a la prostitución como una fuente segura de ingresos, que favorece las necesidades económicas y los más íntimos deseos sexuales de una persona, sea hombre o mujer, estaríamos simplificando un tema polémico y complejo que en realidad no lo es. En muchos países del mundo también se plantean este dilema. De hecho, ha sido legalizada por algunos estados, tal es el caso de España. Tal vez, podemos ver en esta medida un intento por disminuir esta práctica y sus peligros, después de todo, las cosas prohibidas despiertan mayor interés en los seres humanos, ¿O no?

Irónicamente, en España, las Fuerzas de Seguridad intervienen constantemente en locales nocturnos para rescatar a mujeres que son obligadas a prostituirse. Es decir, que le problema sigue siendo el ejercicio de la prostitución. La incorporación a menores de edad y el riesgo de contraer enfermedades como el SIDA añaden más leña al fuego. En vista de esto ¿Podemos ver en la prostitución un simple y necesario oficio? Acaso, ¿No hay peligros en ella?

La respuesta a todas esas preguntas es un rotundo no. A nadie le gustaría estar en los zapatos de la prostituta o el gigoló, vendiendo día a día el sexo a un nuevo personaje. Lo bueno del sexo queda disminuido a la simple monotonía, al intercambio comercial donde “yo te otorgo placer y tú me das dinero”. Pero, el “yo” no cuenta a la hora del disfrute, ya que el asunto es complacer al cliente para que éste nos de una buena suma de dinero. Una decisión apresurada para lidiar con los problemas económicos.


(4o semestre - Taller de Redacción II - 2008-1)

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