domingo, 8 de junio de 2008

La fuerza del individuo

César Valenzuela Márquez

Algunas veces me convenzo de que uno no puede andar cogiéndose a todas las personas, animales y cosas que se le crucen por enfrente. Primero, pienso, porque es fisiológica, temporal y socialmente imposible. No a todo le cabe todo y menos aún de la misma manera, no hay tiempo suficiente para seducir, para pautar o concretar y, encima, contamos con una imagen social que, de ser bien cuidada, puede generar ciertos beneficios. Es la imagen de un cachorro lleno de reglas que vive por y para ellas. Un cachorro que no entiende de libido.

Pero luego recuerdo que el ser humano está hecho para sorprender, que el cuerpo dejó de ser un obstáculo desde hace tiempo, tiempo siempre hay (lo que hace falta es organización) y la idea de sociedad puede resulta deliciosamente frágil. Lo tercero es lo que más retumba: podemos ver a lo largo de la historia personas rebeladas públicamente contra el estigma social, gente que concibió a la sociedad no como una cosa ajena a nuestra individualidad, sino más bien como la articulación de cientos, miles o millones de dinámicas particulares, y que son éstas las que le dan sentido, las que la orientan. Se sabían con la fuerza suficiente para introducir y vivir el cambio, luego vencer. Estaban al tanto de que el individuo es perfectamente capaz de derrotar a la sociedad, sólo que es una de las cosas que peor le enseñan a hacer. Se me ocurren nombres tan variopintos como Sócrates, Cristo, Copérnico, Lutero, Da Vinci, Sade, Nietzsche, Wilde, Gandhi, Sartre, Henry Miller, Bukowski, Madonna, y puedo llenar la cuartilla con nombres.

Si existe un límite, existe algo prohibido, algo que puede pero no debe hacerse puesto que implica un castigo. Si se prohíbe, significa que puede ser realizado. La sociedad, a través de sus instituciones, tiene la responsabilidad de administrar las prohibiciones y uno de sus campos predilectos es el sexual: comportamiento escandaloso posible, comportamiento vetado. Ahora bien, los límites sociales en la sexualidad tienen una particularidad con respecto a las demás imposiciones: actúan directamente en la intimidad del individuo, de lo cual podría desprenderse que las posibilidades de brincar el límite son altas. Si lo que importa es la imagen social, ¿para qué seguir con las reglas si nadie está viendo? Sucede que la preocupación, la culpa y las ganas de no salirse de la manada enferman hasta el último estadio de nuestra soledad, y tienen el poder de suprimir deseos, mostrarlos irrealizables, frustrarlos. En más de un caso, el sujeto no acepta sus propias conductas (la homosexualidad, por ejemplo) por temor al qué dirán pero, aun cuando puede desplegarla entre cuatro paredes, la infelicidad continúa. El sujeto puede saltar la cerca, pero se niega por el temor, se aferra a elucubraciones personales de culpa.

Pueden asumirse cuatro actitudes distintas ante la frustración: conservar el objeto deseado incrementando la ansiedad, cambiarlo por otro, desistir de su materialización y conformarse con la fantasía (por tanto, seguir deseando y sólo desear) o sumirse en la desgracia de lo imposible hasta que se coma el resto de nuestros anhelos y nos vacíe. Tómese en cuenta que los tres primeros casos son multiplicadores: la misma limitación es fuente positiva de creación sexual (se desea lo que no se tiene; si se tiene todo, llega el aburrimiento). A pesar de que el obstáculo social intente ponerle coto a la conducta sexual, la frustración es susceptible de ser trastocada en poco tiempo, especialmente antes de que se asuma la cuarta actitud. El límite no trae consigo el vacío de la mente del sujeto deseoso, es este último el que elije frenar la invasión de la sociedad en su vida privada o darle la bienvenida. Si el prejuicio también está incrustado es su psique, es urgente que lo advierta y sea lo bastante valiente para arrojarlo a la basura.

Sin embargo, el llevar vidas paralelas no suele ser muy tranquilizador en determinados contextos sociales, y es en el ámbito público en donde resulta práctico, eficaz e incluso necesario una que otra prohibición sexual. Las imágenes sociales que están en consonancia con los roles asignados no generan problemas, fomentan el no-conflicto, permiten funcionar mediante herramientas legales o valorativas. Pero las verdaderamente esenciales son aquellas que tienen un basamento biológico/mental (peligro de nuestra especie): casos como violaciones, agresiones físicas o cualquier otro tipo de humillación, “la mayoría” prohibidas (la agresión y la humillación emanada de las instituciones políticas y religiosas no son sexuales y aún así no son vituperadas por las autoridades, por eso las simpáticas comillas).

Por último, es fundamental que el deseo sepa encontrarse a sí mismo para conocerse. ¿Qué se quiere? ¿Qué se busca? Un deseo falso o, mejor dicho, la ausencia de un deseo auténtico en uno o más de los sujetos implicados es el límite, la fuente de frustración verdaderamente terrible. Resulta básico preguntarse: ¿qué estoy preponderando para mi realización sexual: los valores morales que quiero poner en práctica, las ganas de demoler lo alienante, mi enfermedad o acaso son mis impulsos y los de mi compañero? ¿Qué dicta mi instinto, para prestarle atención? ¿Qué me dice lo aprendido, para cuestionarlo?

Una idea para tener presente: la sociedad está lejos de ser todopoderosa.

(4o semestre - Taller de Redacción II - 2008-1)

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