sábado, 2 de agosto de 2008

Con tres de azúcar

Beledy González

Aún con aquello de la igualdad de género, la liberación femenina y toda la consciencia que poco a poco ha adquirido la mujer sobre lo poco o nada maravillosos y principescos que son los hombres, seguimos insistiendo en conseguir alguno que “sirva” o “mínimo que te ame”. Es como si se nos llenara la cabeza de astucia, de rechazo, pero el corazón de esperanza, de ingenuidad, de sueños irrealizables que siempre nos parecen completamente posibles. Por dentro somos de azúcar, una melcocha eterna imposible de disfrazar bajo ninguna conducta ruda, ni siquiera bajo el traje de soldadora o ejecutiva.

Parece que buscar la pareja perfecta es una condición inherente al género femenino, pero los hombres tampoco escapan. Tener una pareja para la mayoría de los mortales se vuelve meta de vida, así dure una noche o 50 años. Amar a alguien y sentirse amado, por cursi que suene, se vuelve importante. Como si de verdad se pudiera tener certeza alguna de que se está enamorado o de que alguien te ama.

Así, la cosa más inalcanzable y menos definible empieza a cobrar importancia. Es prioridad sentirse acogido, esperado, respetado, valorado (suspiro) por alguien más. Sin embargo, miles de libros de autoayuda se empeñan en que cada quien construye su felicidad y que andar solito por la vida es lo mejor que te puede pasar, cito: “estar feliz es una decisión consciente”, “depende de cada individuo escoger su felicidad”. Por su parte, la religión lo resolvió de otro modo, lanzándote a manos de un Padre o de varios padres creadores que son el amor infinito y por lo tanto a los que puedes ir a llorar cuando estés sin más compañía que Facebook.

Pero, lo cierto es que las sillas de bares y los divanes de psicólogos se siguen llenando de gente que llora el despecho, que sufre porque no entiende a su pareja, espera a la mujer o al hombre ideal o son bien infelices pero mejor así a andar solos. Lo que me lleva a pensar que eso de andar de dos en dos (en algunos casos más) más allá de la necesidad reproductiva o de la presión social es algo que de verdad se desea. ¿Con qué fines? La respuesta la construimos todos, cuando esperamos desesperados que llegue la pareja, cuando llamamos para cuadrar una cita o cuando llenamos el calendario de mesesitos cumplidos. Pedacitos de satisfacción que nos convencen de que vale la pena el esfuerzo.

(7o semestre - Fuera del marco académico)

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